Ana Elías Aizpuru y Emilio A. Martín Tejedor (psicólogos del Hospital San Juan de Dios de Arrasate) y Elixabete Mendía Aranguren (psicóloga y orientadora de la Ikastola Almen)

El Hospital San Juan de Dios de Arrasate, recibe anualmente un número de colegios, principalmente de alumnos de primero de bachiller, y que tienen un primer contacto con el tema de la enfermedad mental en su programa “conoce el hospital”. La visita, y el contacto con los estudiantes, se convierten en un punto de referencia positivo para los pacientes, como elementos de referencia con la realidad en las conversaciones que mantiene con los estudiantes en el trascurso de las vistas. Por otra parte, los pacientes suponen para los alumnos un punto de referencia en cuanto que les permite ver que algunas de las decisiones que estos han tomado en algún momento de su vida, pueden ser también sus decisiones más adelante, y que tienen una consecuencia, tanto a corto, medio, como a largo plazo, lo que supone también un elemento de realidad y de aprendizaje. “Yo aprendo de ti a la vez que tú aprendes de mí”. Esta es una realidad que sucede cada instante de nuestras vidas, ya que todos interactuamos con otros, y en consecuencia, todos somos capaces de ofrecer algo. Todos somos sujetos capaces de aprender del otro, y todos somos personas capaces de contribuir, en mayor o menor medida, al aprendizaje de otros. El aprendizaje se produce incluso entre los “diferentes”, y si tenemos en cuenta las características socioeconómicos familiares, casi antagónicos.

La experiencia llevada a cabo en Respaldiza, la convivencia entre “alumnas” de primero de bachiller de la Ikastola Almen, y pacientes del hospital San Juan de Dios, pretendió poner en una situación de exigencia real, fuera de un entorno protésico que en definitiva son el hospital y la ikastola, tanto a los pacientes, como a las chicas, frente a una realidad desconocida para ambos grupos, y demostrar que podían ser capaces de organizarse y convivir, dejando atrás los prejuicios por parte de las alumnas, y las muchas dificultades de todo tipo, por parte de los pacientes. La idea era que ellos mismos se convirtieran en agentes terapéuticos, y entre ambos, generaran nuevos procesos rehabilitadores.

La fundamentación teórica que impulsa este proyecto, así como la trazabilidad del mismo, las podemos encontrar en la transversalidad, lo que comparten o tienen en común, dos modelos a priori tan diferentes, ya que su aplicación se produce en ámbitos tan distintos como la enseñanza (modelo de desarrollo positivo del adolescente), y en el campo de la salud mental (modelo de rehabilitación psicosocial) Ambos modelos parten de las capacidades y competencias de la persona, no ponen el acento en los déficits o dificultades. La transversalidad de ambos modelos, fue más que evidente durante la experiencia llevada a cabo, que y nos ha permitido reflexionar sobre los conceptos que ambos modelos comparten.

Pensar en los adolescentes, hace necesario ir a la etimología de la palabra: adulescere que significa “crecer”. Estamos hablando de la edad del crecimiento personal, del gran salto a la independencia. La juventud aparecería cuando la autonomía materialmente adquirida puede ejercerse. Tenemos que tener en cuenta nuevos rasgos a la hora de definir este proceso evolutivo. Tras la pubertad hay unos cambios que incitan a niños y niñas a emprender una vida autónoma, a explorar, a tejer nuevos lazos afectivos. Esto nos lo dice la psicología evolutiva (Siegel, 2014). Por su parte, la neurociencia indica que lo que llamamos adolescencia coincide con un aumento extraordinario de la capacidad de aprendizaje. Cuando llega lo que llamamos adolescencia, cambia el equilibrio entre los sistemas cerebrales implicados en la emoción y la regulación de las emociones, aumenta la búsqueda de novedades, la asunción de riesgos y el interés por las relaciones con los iguales. Hasta ahora se atribuía a la lenta maduración de los lóbulos frontales la dificultad que tienen los adolescentes para controlar su impulsividad. Pero Goldberg (2002), un neurólogo especializado en los sistemas ejecutivos, piensa que tal vez la realizad funciona al revés de lo que pensamos. No es la tardía maduración de las áreas frontales lo que explica la irresponsabilidad adolescente, sino una educación en la irresponsabilidad, de tipo protector, la que retrasa esa maduración neuronal. Por supuesto, implica también ciertos riesgos. Por eso es tan importante aprender a manejar estas fortalezas que son: la búsqueda de novedades, la implicación social, el aumento de intensidad emocional y la exploración creativa (Siegel, 2014) Las muchas dificultades que presentan las personas con trastornos mentales graves, van más allá de lo cognitivo, y en ocasiones, todas esas dificultades que aparecen, hacen que sea “casi” imposible cualquier proceso de rehabilitación. Pero tenemos que poner el acento en el casi, y poner en sus manos responsabilidades, aquellas que puedan asumir, muchas o pocas, teniendo en cuenta las capacidades y competencias de cada uno. En definitiva tenemos que “validarles”

Otro aspecto no menos importante, y que enlaza con lo expuesto en el párrafo anterior, es la necesidad de aumentar nuestras expectativas sobre los adolescentes, y las expectativas de los adolescentes sobre ellos mismos. En realidad es una consecuencia de reconocer que la adolescencia es una época de oportunidades. Peter L. Benson, un investigador que acuñó el concepto de “recursos evolutivos”, considera que para favorecer a los adolescentes debemos aumentar nuestras expectativas sobre ellos. Eso incluye dar a los jóvenes funciones útiles en la comunidad y fomentar el servicio a los demás (Benson, 2004). Fue uno de los promotores del movimiento de “educación positiva para los jóvenes”. Del mismo modo, los que trabajamos con personas con un trastorno mental grave, tenemos que ser los primeros a la hora de modificar nuestras expectativas sobre ellos, generar procesos de intervención que les doten de nuevas herramientas, si queremos que ellos a su vez, modifiquen las expectativas sobre ellos mismos y sean capaces de validarse, de dotarse de autoestima.

Marina, Rodríguez de Castro y Lorente en su libro “Nuevo paradigma de la adolescencia”, hablan del talento “como el buen uso de la inteligencia para elegir bien las metas, movilizar los conocimientos, las emociones y las destrezas ejecutivas necesarias para alcanzarlas, y, al hacerlo, ampliar las propias posibilidades”. Talento es un concepto que se puede aplicar en muchas situaciones. Hay un talento infantil, un talento adolescente, un talento adulto, un talento anciano. En cada momento, el talento es la mejor manera de realizar las “tareas evolutivas” de esa edad, utilizando los recursos que tiene o adquiriendo, mediante entrenamiento o ayuda exterior, los que no tiene. Tenemos que considerar que sigue existiendo un “talento” en las personas afectadas con un trastorno mental grave. Sin duda que ese talento puede verse afectado, condicionado o disminuido. El reto es poner en valor aquellas capacidades y competencias que aún conservan, y que no son más que herramientas con las que pueden dar respuesta a algunas de las necesidades que les planta la vida cotidiana, y les permita “seguir creciendo” Quizás se puede afirmar que la principal tarea evolutiva del adolescente es hacerse cargo de su propia vida, aprender a ser autónomo y establecer su propia identidad y sus nuevos roles sociales. Teniendo en cuenta esto, la educación debe tener una función empoderante y emancipatoria. El modelo de Desarrollo Positivo adopta una perspectiva centrada en el bienestar, pone un énfasis especial en la existencia de condiciones saludables y expande el concepto de salud para incluir las habilidades, conductas y competencias necesarias para mantener el bienestar personal o social (Benson et al., 2004). Hernández Monsalve 2011) define El modelo de Rehabilitación Psicosocial como una dimensión de la intervención en salud mental; y se refiere a un conjunto de estrategias para afrontar las dificultades para el desempeño de la vida diaria (para la tarea del vivir) de las personas que padecen problemas persistentes de salud mental, de suficiente gravedad como para limitar el desarrollo de su vida diaria y de sus objetivos personales. Benson y Hernandez Monsalve describen la transversalidad de ambos modelos, tal y como pusieron de manifiesto las alumnas y los pacientes durante la convivencia.

William Damon puede ser considerado uno de los pioneros del modelo de Desarrollo Positivo adolescente, y sus trabajos desde el Stanford Center on Adolescence, han puesto de manifiesto que el compromiso de la juventud en la búsqueda del bienestar común y en la mejora de la sociedad es un elemento fundamental del florecimiento y el Desarrollo Positivo. Damon parte de una visión positiva de la infancia y la adolescencia, al considerar que desde la primera infancia los niños y niñas muestran una predisposición natural a la empatía y la conducta prosocial, que se irá transformando gradualmente, con la condición de vivir en contextos favorables, en un compromiso activo con su sociedad. La Psicología Positiva considera que la Psicología se había interesado más por el análisis de los déficits y vulnerabilidades humanas que por sus capacidades y fortalezas. Esto es evidente en el caso de la adolescencia. El modelo de rehabilitación psicosocial, pone el acento en las fortalezas que aún mantiene el paciente, e intenta adaptar esas capacidades para que se genere un proceso de “crecimiento”. Alfredo Oliva y sus colaboradores han realizado una adaptación al castellano diferentes cuestionarios aplicados a adolescentes. Los resultados apuntan relaciones positivas significativas entre las diferentes fortalezas y satisfacción con la vida, la empatía, la autoestima, y la tolerancia a la frutración.

  • Fenómenos como el acoso escolar o bullying se ven relacionados directa e indirectamente con una baja autoestima.
  • Las personas que tienen altos niveles de tolerancia al estrés eligen una forma adecuada para afrontarlo, tienen recursos personales para ello y son eficaces para encontrar soluciones posibles, lo que repercute muy directamente en su satisfacción vital.
  • La relación de la empatía con la conducta prosocial y su función inhibidora de la agresividad, le hace tener un mayor conocimiento empático que los acosadores o los que son víctimas de estos últimos.
  • La “ira” entendida como el ejercicio de la violencia u hostilidad directa, la “coacción” y “segregación” como fórmulas de violencia indirecta, correlacionan con la empatía, en concreto con un bajo nivel de empatía en el adolescente.

La conclusión es que quienes trabajamos en el mundo de la salud mental, y quienes tenemos la responsabilidad de la formación competencial de aquellos que luego van a ser adultos, contamos con herramientas comunes, que en determinados momentos nos pueden permitir trabajar de manera conjunta. Tenemos herramientas que según han demostrado, tienen que actuar de manera transversal y a la vez. Un espejo en el que unos, pueden analizar la toma de decisiones, y su consecuencia a corto, medio y largo plazo. Y otros, poder percibir de las personas “sanas”, la validación de que aún tienen algunas fortalezas con las que pueden intentar hacer frente a una vida más sana y más normalizada.

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